Por Yonnier Angulo Rodríguez
Si por un
momento nos detuviéramos en un espacio deportivo denominado frontón (1)
podríamos percatarnos de que casi en su totalidad, quienes se encuentran
jugando dentro, son varones contra otros varones. En el caso de que alguna
mujer estuviera presente, lo más probable es que su función sea la de
espectadora o acompañante. Esta observación tiene su origen en que
históricamente, a partir de las desiguales relaciones de poder diseñadas por el
género, como construcción sociocultural basada en el sexo asignado, los hombres
han detentado la hegemonía en numerosos contextos y ámbitos sociales.
El deporte no
ha escapado de dicha dinámica, siendo uno de los espacios excluyentes hasta
hace algunos años de la presencia de mujeres, quienes han sido relegadas a
prácticas deportivas concebidas como femeninas, y por tanto subvaloradas. Aún
existen dentro del deporte un conjunto de códigos, valores, estereotipos,
caracterizados por potenciar más a los hombres en algunas disciplinas y a las
mujeres en otras, con basamentos de carácter biológico y sexista.
Sin embargo,
gracias al feminismo, que a partir de la década del setenta del pasado siglo
XX, visibilizó estas desigualdades entre hombres y mujeres presentes a lo largo
de la historia de la humanidad con el paulatino surgimiento de una teoría que lo
explicara, la de Género; se ha
revertido esta situación de discriminación.
En este
contexto del desarrollo de los estudios de género, vinculados a los movimientos
feministas que se desarrollaron en estos años, aparece la Historia de Mujeres,
cuyas autoras, historiadoras feministas, postulaban que la inclusión de las
mujeres en la historia implicaría una redefinición y ampliación de las nociones
tradicionales del significado histórico (Scott, 1990). En este sentido, estas
corrientes teóricas e historiográficas aportaron las herramientas necesarias
para reelaborar análisis sociales e históricos vinculados al desempeño de las
mujeres en nuestras sociedades.
Ahora bien, cuando
se debate sobre la historia del deporte en Cuba, y sobre todo antes de 1959, la
mayoría de las veces los protagonistas son los hombres. Pareciera como si las
mujeres no existieran dentro de este mundo deportivo, o su papel haya sido tan
insignificante, que no hubiera necesidad de revelarlo. Esto representa la
existencia de una visión patriarcal y androcéntrica en las Ciencias Sociales,
en este caso en la historia.
Como afirmara
el historiador Julio César González Pagés: La
historia de las mujeres ha sido calificada de exagerada por algunos estudiosos
de otras temáticas, manejándose la proposición de “por qué no existe historia
de hombres”: Lo escrito hasta ahora puede ser historia masculina con honrosas
excepciones. (González Pagés, 2005, p.3)
De igual
manera, los estudios sobre el deporte y su impacto en la sociedad, si bien se
han vistos afectados por su escasez, aunque los sujetos analizados sean los
hombres, que quedará para la inclusión de las mujeres en estas temáticas. Al
decir de la sugerencia del historiador Félix Julio Alfonso López sobre esta
cuestión: Los estudios de género podrían
reflexionar sobre los estereotipos sexuales (afirmaciones de la masculinidad,
machismo, hombría) que trasmiten los diferentes deportes y también acerca del
papel cada vez mayor que asumen las mujeres en las prácticas de especialidades
u oficios antes reservados al sexo masculino. (Alfonso, 2007, p12)
Siguiendo los
sabios consejos de estos investigadores, haré alusión en el presente artículo a
un proceso histórico que tuvo lugar durante la segunda década del pasado siglo
en la sociedad cubana, en el cual las protagonistas fueron mujeres. Me refiero
al desarrollo durante más de cinco años (octubre, 1922-marzo, 1928) de un
espectáculo deportivo en La Habana, sucedido en un frontón denominado en aquel
entonces como Habana-Madrid, sito en
las calles Belascoaín y Sitios.
¿Cuál fue el
principal atractivo del lugar para que en el transcurso de estos años se
convirtiera en uno de los más concurridos del país? Pues nada menos que el
enfrentamiento de mujeres españolas en la modalidad deportiva de Pelota Vasca,
divididas en dos grupos, las que vestían de blanco y las de azul.
Estas jóvenes
pelotaris, trasladadas desde España paulatinamente a partir del 8 de octubre de
1922, pertenecían a las élites de este deporte en su país, con la sede
principal en el Frontón Moderno de Madrid. Según informa el Libro de Cuba del año 1925, la idea de
traerlas fue de los señores Paquito del Barrio, Aurelio Vásquez, Fernández
Serafín y Ángel del Cerro, quienes conformaron una empresa con el mismo nombre
del frontón.
Lo más probable
fuera que esta empresa estuviera sentada en las bases de la utilización de
mujeres en espectáculos deportivos como un mecanismo para buscar mayores
públicos, muy común en la historia deportiva del país (Reig, 2007, p.27). En
relación a esto, relevantes fueron las múltiples críticas que se le realizaron
a los directivos del sitio por las problemáticas derivadas de las apuestas que
se efectuaban en el inmueble, lo cual ocasionó numerosos escándalos.
La inauguración
del espectáculo y del inmueble se realizó cinco días después de la llegada de
las jugadoras, el 13 de octubre, donde los organizadores hicieron gala de la
excepcionalidad constructiva del frontón, el cual era considerado en ese
momento como uno de los más modernos y costosos del mundo. Construido de
ladrillos y acero, contaba con 140 puertas y ventanas, con una capacidad de
1800 personas. Según informa el investigador Antonio Méndez Muñiz en su estudio
La Pelota Vasca en Cuba. Su evolución
hasta 1930, en el día inaugural
había una enorme concurrencia de personas, donde se escuchó además del Himno Nacional
cubano, el Guerníkako arbola, himno representativo del Partido Nacionalista Vasco.
(Méndez, 1990)
A partir de
este momento, tendrán lugar en este espacio deportivo numerosos desenlaces, no
solo entre las pelotaris en las canchas o con el público asistente, sino que
además en el interior de las relaciones de género que se desarrollarán,
surgirán elementos de inequidades, discriminaciones y estereotipos alrededor de
estas mujeres deportistas.
Algo muy
curioso vinculado al espectáculo en el Habana-Madrid,
serán las diversas denominaciones que en el argot popular se emplearán para
referirse al sitio. Por ejemplo, el frontón en este período será conocido como
el Frontón de las Damas o de las Mujeres. Sin embargo, otro frontón
muy conocido en la época, quizás el que más, el Frontón Jai Alai, ubicado en la calle Concordia y construido en el
año 1901, donde solamente jugaban varones, no tenía la misma calificación, o
sea, El Frontón de los Hombres. Esto
significaba un marcado interés en titular al Habana-Madrid con un sobrenombre atractivo para atraer público
masculino. Otra forma de llamar a este lugar era el Palacio de la Algarabía, en contraposición al mencionado frontón
del sexo opuesto, que era conocido como el Palacio
de los Gritos.
Pero lo más
representativo de estas maneras de calificar al frontón Habana- Madrid, fue la
denominación que poco después comenzó a otorgársele, teniendo en cuenta las
exigencias y formas de pensar de la inmensa mayoría de personas que acudían a observar
al “sexo bello” jugar, que en este caso eran hombres. Pues nada menos que La Bombonera fue el apelativo más
popular del lugar. No sería muy difícil encontrar el origen a este sobrenombre
tan sexista.
El hecho de que
varias mujeres jóvenes, en plena capacidad física, vestidas con atuendos algo
trasgresores para la época, con sayas cortas y blusas que les “apretaban las
carnes”, se exhibieran en una cancha, era algo muy morboso para el público
asistente masculino y machista. Compararlas con bombones indicaba toda una
serie de concepciones que se tenían sobre estas mujeres, quienes eran
visualizadas, no solo como deportistas, sino también como meros objetos
sexuales.
A las pelotaris
españolas, no obstante ser excelentes profesionales, se les trató desde un
inicio como “bellas niñas”, a las cuales se les tenía que cuidar la “honra”.
Esto significaba evitar cualquier tipo de escándalo de índole sexual, que
pudiera terminar en la expulsión de alguna jugadora. El mencionado Libro de Cuba publicó:
Las jóvenes pelotaris viven dentro
del mismo edificio bajo el cuidado de familiares de respetabilidad, y solo
salen de paseo o a diligencias acompañadas de señoras que están a su cuidado,
evitándose de esta suerte se maleen con tratos que a su buen nombre y al de la
empresa pudiesen ser perjudiciales. Existe pues toda la honorabilidad posible
en aquella Bombonera, de bellas raquetistas.
(El Libro de Cuba, 1925, p.650)
El “buen
nombre” y toda la “honorabilidad posible” de la empresa y del grupo de
jugadoras tenía que cuidarse sobre todas las cosas. Se reflejaba en la prensa
un marcado interés en detectar algún suceso que indicara alguna “falta”
cometida por las jugadoras vinculado a su vida sexual. En el semanario satírico
La Política Cómica, los periodistas
redactaban notas como la siguiente: Las
muchachas que trajeron Vázquez y Serafín están llegando a la conclusión de la
temporada sin haber flaqueado un solo momento y dando siempre pruebas de su
dignidad profesional y de su inteligencia. Y lo más curioso, es que estando
todas juntas en el hotelito anexo y dedicándose a la pelota, no hayan armado
todavía ninguna “ pelotera”. (La Política Cómica, abr. 8, 1921, s/p)
Esto evidencia
el reforzamiento del estereotipo que ha perseguido a las mujeres relacionado con
su “indefensión” y vulnerabilidad, necesitadas de ser representadas por los
hombres, ya que no son “aptas” para desenvolverse en el ámbito público. Falsa
creencia que ha sido utilizada como un mecanismo de poder y control hacia
ellas, sucediendo lo mismo con las pelotaris.
Durante todo el
tiempo que duraron los partidos, con una frecuencia casi diaria, exceptuando
algunos momentos, la cobertura de los mismos se realizó a través de rotativos
como el Diario de la Marina. En su
sección deportiva, los cronistas comunicaban lo que sucedía en el frontón cada
noche. Evidentemente quienes realizaban las crónicas pertenecían al sexo
“fuerte”, reflejándose en los escritos una enorme carga de prejuicios de corte
machista y patriarcal, sin mencionar las maneras, a veces sutiles, otras
obvias, en que estereotiparon con pronunciado sexismo a todas las jugadoras.
La mayoría de
las veces que se referenciaba a alguna pelotari, se efectuaba de una manera estereotipada,
ya fuese como “linda niña o chica”, tal jugadora que es muy “coqueta” o muy
“ruda y masculina”, “prendas femeninas”, “muñecas traídas de la corte del oso y
el madroño”, en fin, siempre haciendo alusión a características diminutivas o
de contenido peyorativo. Por ejemplo, algo que en la revisión de dichas
crónicas salta a la vista es el foco delirante de sus autores con las ropas y
cuerpos de las jugadoras.
En una de las
crónicas del Diario de La Marina su
autor, al relatar lo sucedido en uno de los partidos de una forma muy gráfica,
advirtió lo siguiente: Las chicas
comenzaron a mostrar sus pantorrillas sobre el asfalto de manera que
encantaban. La sayas plegaditas se ensanchaban dando espacio al movimiento de
las piernas, a las poses atléticas de las muchachas madrileñas que cada vez que
cogían el Raquet y hacían zas, aquello era morirse a plazos (Diario de la
Marina, ene. 7, 1923, p.16). Tal parece que de lo que se hablaba no era del
juego en sí, sino de lo que representaban desde el punto de vista de atracción
sexual cuatro mujeres jugando en una cancha.
En otro artículo
del mismo rotativo se expuso además sobre el desempeño de una pelotari que: Un real triunfo, Lolina, tan hermosa, que
las carnes rompen las mallas de su vestido, la que ha aumentado 26 libras desde
su llegada a La Habana. La reina del asfalto dio en el segundo. (Diario de
la Marina, ene. 13, 1923, p.15) A pesar de que se hacía alusión a una de las
mejores jugadoras del elenco, su calidad como deportista no queda
explícitamente como una prioridad a informar, sino sus cualidades corporales y
de belleza.
Lo mismo sucede
con otra jugadora llamada Eibarresa, de origen vasco, a quien constantemente se
le describía como “la del fuerte brazo”, por su peculiar forma de jugar con
“saques violentos y remates de cañonazos”. Pero en este caso no se exaltaba la
belleza física de la jugadora, sino cómo se desenvolvía y comportaba en la
cancha, con una proyección ruda y masculina.
Por su parte,
como todo espectáculo al cual asiste un determinado público, es muy interesante
observar la relación entre las jugadoras con los espectadores. Primero, es necesario
mencionar que aproximadamente más del 90 por ciento del público que asistía al frontón
Habana-Madrid eran hombres, quienes llenaban
los palcos con la intención de disfrutar un buen partido de pelota vasca, pero
en este caso con el añadido de que las protagonistas eran mujeres, con ropas
ajustadas, lo cual significaba un enorme atractivo para el grupo varonil.
Las escasas
mujeres que ocupaban los asientos, solamente iban en régimen de compañías de
sus esposos o familiares hombres. La prensa al referirse a ellas apuntaba: Lleno total, llenas las canchas, llenos los tumbíos,
en las altas gradas la aglomeración, y en las dos filas de palco, las mujeres.
Caballeros ¡Que Mujeres! (Diario de La Marina, abr. 2, 1923, p.12). No
queda lugar a dudas de que la audiencia femenina en el frontón significaba para
quienes detentaban el poder de la escritura, es decir, los articulistas, casi
el equivalente a tener un conjunto de adornos florales que embellecían y
endulzaban el ambiente.
Igualmente,
durante este período de tiempo en el que jugaron las pelotaris españolas en el
frontón, diversos desenlaces tuvieron lugar con los concurrentes, que
evidenciaron una posición de subordinación y de cierta discriminación hacia
ellas. En primer lugar, ser mujeres contratadas como profesionales por
empresarios hombres, las convertían en
blancos fáciles y vulnerables.
Por lo tanto,
tenían que obedecer todas las reglas y estipulaciones preestablecidas. Un
aspecto vinculado a esto tiene que ver con la correcta actitud deportiva hacia
el público. Salirse de la “raya”, o en otras palabras, no adoptar una “adecuada”
reacción ante cualquier incidente, aunque fuese una agresión de la asistencia
masculina, significaba para estas jugadoras una dura sanción.
En este
sentido, varios fueron los momentos de atropello hacia estas mujeres raquetistas por parte de los aficionados
y los empleadores en el frontón. Un caso significativo sucedió cuando una de
las pelotaris, al no estar conforme con la conducta obscena del público, se
dirigió a este con un aire desafiante. De más está decir que esto era
inaceptable para la dirección del frontón. Que una mujer afrontara a un
numeroso grupo de varones laceraba el orgullo masculino hegemónico de los
mismos. Antonia, como se llamaba, por esta acción fue suspendida por un tiempo,
solo por el hecho de no dejarse avasallar.
Este acontecimiento
tuvo su reflejo en la prensa, pero con un matiz de propinar un escarmiento a
las otras pelotaris:
Y parece que Antonia no se portó en
este partido con la debida corrección, que no le guardó las consideraciones que
siempre se le deben al público, por lo que la empresa del Habana-Madrid determinó
muy a pesar suyo, verse privada de los servicios de tan simpática muchacha (…) Con esta medida, la
empresa quiere dar a conocer sus procedimientos rectos en todo tiempo, caiga el
que caiga, para que el público continúe teniendo plena confianza en los actos
todos de la mencionada empresa (…) no
queda otro recurso que tomar esas medidas fuertes para que el público se sienta
siempre respetado y protegido en sus intereses. (Diario de La Marina, dic.
22, 1922, p.12)
Tal parece que
esta sanción surtió algún efecto, ya que posteriormente otra jugadora, esta vez
con el apelativo de Pepita, sufrió de insultos y burlas desde las gradas
ocupadas por la muchedumbre, pero en esta ocasión no reaccionó como su homóloga
sancionada, sino que producto de la impotencia, se echó a llorar.
El cronista de
turno de esa noche, al relatar lo sucedió expresó: Señores, por favor, Pepita es una mujer, y francamente no hay derecho.
A Pepita porque no llegó a varias pelotas que no hubiera llegado nadie, y pifió
alguna entrada, por lo que algunos energúmenos le silbaron y le hicieron
llorar. Señores por favor, Pepita es una mujer. (Diario de La Marina, abr.
7, 1923, p.16)
Como la actitud
asumida por la mujer obedecía a los patrones de sumisión de la feminidad con
respecto a la masculinidad (relación dominación-subordinación), producto del
poder otorgado al género masculino, no así en el caso anterior, el periodista
hizo un llamado a la lástima y a recordarles a todos que la joven era una “Mujer”,
sinónimo de “delicadeza y vulnerabilidad”.
A pesar de
todo, estas jóvenes pelotaris logaron durante cinco años acaparar la atención
en la ciudad, debido a su calidad como deportistas. La última función en la que
participaron las raquetistas en el frontón tuvo lugar el 31 de marzo de 1928.
(Méndez, 1990, p.131)
Como afirmara
la socióloga Judith Astelarra al referirse al movimiento feminista de los años
sesenta y setenta del pasado siglo XX:
El rescate histórico de las mujeres
de entre las tinieblas se convierte en una de las áreas más importantes para el
movimiento. A las mujeres les ha sido negado el conocimiento de su
participación en la construcción de la historia. La historia oficial, escrita
por los hombres, no señala cuál ha sido la contribución histórica de las
mujeres. (Astelarra, 2003, p.57)
Esta
aproximación histórica al desempeño de varias mujeres en el ámbito deportivo en
Cuba, tiene la intención de contribuir a visibilizar las huellas e incidencias
dejadas por la mitad de la humanidad, las mujeres, quienes han sido relegadas y
discriminadas de todos los procesos y hechos históricos ocurridos en nuestras
sociedades patriarcales. Es un deber para las nuevas generaciones, rescatar del
olvido la trayectoria de las mujeres a lo largo de la historia, a la par de
obrar en el presente por la justicia y la equidad de género.
Nota:
[1] El frontón es una cancha
destinada al juego de la Pelota Vasca, en cualquiera de sus modalidades.
Bibliografía
consultada
Alfonso López, Félix
Julio. “Los estudios sobre deporte y sociedad: ¿una asignatura pendiente? En: Temas, núm. 49, ene-mar, 2007, pp.4-15.
Astelarra, Judith ¿Libres e Iguales? Sociedad y política desde
el feminismo. Santiago de Chile: Centro de Estudios de la Mujer (CEM),
2003.
El
Libro de Cuba. La Habana, 1925.
González Pagés, Julio
César. En busca de un espacio: Historia
de mujeres en Cuba. La Habana: Ciencias Sociales, 2005.
Méndez Muñiz, Antonio. La pelota vasca en Cuba. Su evolución hasta
1930. La Habana: Editorial Científico Técnica, 1990.
Reig Romero, Carlos E.
“Para una historia de los deportes en Cuba (1800-1899). En: Temas, núm. 49, ene-mar, 2007, pp.24-36.
Scott, Joan W. “El
género: una categoría útil para el análisis histórico”. En: Colectivo de autores.
Historia y Género. Las mujeres en la
Europa moderna y contemporánea. Valencia, s/e, 1990.
“Sección de Deportes”. Diario de la Marina. La Habana, 1922-1923.
“Sección Pelota
Vizcaína”. La Política Cómica. La
Habana, abr. 8, 1921, s/p.
¡Muchas gracias y felicidades por tu trabajo Yonnier! Hace ya algunos años tuve la oportunidad de vivir y trabajar en el Barrio de Cayo Hueso. "El palacio de los gritos" me pareció uno de los lugares más evocadores, que enlazaba la historia de La Habana con la del País Vasco. Pero esta historia de las mujeres pelotaris la desconocía por completo.
ResponderEliminarCon tu permiso, reproduciremos tu artículo en la web del programa de hombres para la igualdad del Instituto Vasco de la Mujer.
http://blog.gizonduz.euskadi.net/
Un abrazo
Ritxar Bacete