Por: Enmanuel George López.
Estudiante de 3er. Año de Lic
en Historia, Universidad de La Habana
La etapa republicana en Cuba abrió sus puertas el 20 de mayo de 1902. El camino hacia el progreso no sería fácil, pues el panorama económico-social era de difícil pronóstico. La recién ocupación militar y la administración estadounidense (1899-1902), crearon los lazos que garantizaran la perpetuidad de las relaciones, en un mero interés yanqui: “Las consecuencias de la gestión imperialista no podían ser otras que el afianzamiento del subdesarrollo, la deformación y la dependencia económica, la instauración de una república mediatizada, y la temporal frustración del movimiento nacional liberador”. (IHC, 2004, p.41)
El naciente periodo dejaba atrás supuestamente los vestigios del colonialismo. La realidad era angustiosa para gran parte de la población. Dentro de ella, las condiciones de las mujeres, ancianos y niños, colocaban a estos grupos en una posición de completa vulnerabilidad. Además, la discriminación sexual y racial, empeoraban el escenario.
Las mujeres, con respecto a la Constitución de 1901, no encontraron nada referido a su situación social, mejorías jurídicas ni económicas. Quedaban excluidas de la administración y gobierno de su país, sin derecho al voto y en total inferioridad. El ambiente crítico y hostil, llevó a muchas mujeres a alzar su voz en reclamo de derechos igualitarios, el sufragio, así como la incorporación en aquellas actividades que les negaban el acceso (GONZÁLEZ PAGÉS, 2003). Entre esas mujeres, se destacó María del Rosario Agustina Guillaume Pérez (Charito Guillaume), con un discurso feminista y una participación verdaderamente extraordinarios, que trascendieron distintas etapas del feminismo cubano, desde la exigencia del voto femenino hasta la igualdad de condiciones para ambos sexos en el empleo y otros espacios.
En una de las tantas esquinas de La Habana, San Rafael y Gervasio, nació un 5 de mayo de 1886, Rosario Guillaume. Hija de padre andaluz y madre habanera. Estudió música y pintura en la escuela de San Alejandro, pero comenzó a trabajar en la Glorieta Cubana, situada en la calle San Rafael, entre Galiano y Águila, luego de que su padre se arruinara con la crisis de los años veinte. “Sus experiencias como mujer trabajadora, le enseñaron la situación en que la sociedad colocaba a la mujer”. (OLIVA, 1977, p. 63)
Se vinculó al Club Femenino de Cuba desde 1918, en el que junto a otras feministas, abogaron por la defensa de la mujer y la niñez. De este modo, lograron influir para la aprobación de las leyes del Divorcio y de la Patria Potestad en ese año. Además, impulsaron obras de tipo social para la Cárcel de Mujeres en Guanabacoa, donde organizaron círculos de estudio.
Durante el Primer Congreso Nacional de Mujeres en 1923, Charito participa como Primera Secretaria de la Comisión de Recepción y Fiestas. “El sufragio femenino fue un punto de unidad de las mujeres en este Primer Congreso” (GONZÁLEZ PAGÉS, 2003). Charito se integró como una de las más grandes activistas. En el Segundo Congreso asistió como delegada, donde se debatió sobre el añorado voto, protección del trabajo de la mujer, contra la prostitución y la igualdad de los hijos ilegítimos. En éste, participó el entonces presidente Gerardo Machado, quién parecía avalarlas, pero luego dio muestras de su engaño.
Charito colaboró además con el Movimiento de Veteranos y Patriotas, ahí servía como eje principal de los contactos para las reuniones, y para 1927 entró a militar en el Partido Comunista de Cuba. “Era multifacética en el trabajo revolucionario, maestra, dirigente sindical y feminista” (OLIVA, 1977, p. 66). Conoció a través de su labor a muchos dirigentes e intelectuales, entre ellos Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello y Antonio Guiteras. Cuando los distintos clubes feministas de la época decidieron unirse y crear en 1928, la Alianza Nacional Feminista, Rosario Guillaume funcionó como Vice-Tesorera y promovió una amplia labor por todo el país, en apoyo de las activistas de esta organización. (GONZÁLEZ PAGÉS, 2003)
El trabajo revolucionario y la postura feminista de Charito Guillaume, forjaron en ella una personalidad indoblegable. Su actitud y consigna contra la discriminación, estampaban su temperamento transgresor para una época que diseñaba el papel de la mujer como bella, recatada y sumisa. Si tenemos en cuenta que un estereotipo se define “como una generalización aprendida, usualmente negativa y rígida, acerca de un grupo de personas, hombres o mujeres” (GONZÁLEZ PAGÉS, 2006, p.23); el salir de ese molde, implicaba para las mujeres toda una avalancha de críticas y ataques, pues alteraban todo el esquema social tradicionalmente impuesto, que tenía para ellas las únicas expectativas de ser bonitas, buenas madres o que cumpliesen las labores domésticas y maritales a cabalidad.
Como la mayoría de las actividades sociales no eran concebidas para las mujeres, su espacio se veía sometido al hogar y las atenciones con el esposo e hijos. La “buena educación” que podría recibir una jovencita, era ante todo, respetar la autoridad del hombre. Charito contrastaba con ese modelo, y fue por esto que no tuvo “buenas experiencias” en sus relaciones de pareja: “Su novio Arturo no quería que participara en las actividades feministas, que la política era para los hombres”. (NÚÑEZ, FMC)
Charito era vista como dura, insensible y nada sensual, por desprenderse de tabúes y prejuicios que la enmarcarían en un espacio reducido de oportunidades: “Tenía pretendientes en el Club, pero ninguno la enamoró por conocer su carácter” (NÚÑEZ, FMC). No convenía para una relación la rigidez de ella, atemorizaba su forma inquebrantable, cuando lo que se buscaba en una compañera, era la “fragilidad” y la “delicadeza”. “Ella temía casarse pues no quería ser esclava” (NÚÑEZ, FMC). Su conducta no era fiel al modelo femenino republicano, y su lucha se dirigía precisamente contra el sistema patriarcal de explotación.
Si “El movimiento feminista como corriente de ideas políticas y filosóficas fue muy cuestionado en Cuba porque sus objetivos atacaban el poder de los hombres” (GONZÁLEZ PAGÉS, 2006, p.27); toda la labor de Rosario Guillaume y las feministas en general, suponían un desafío a la autoridad varonil.
A pesar de que la posición social de las mujeres, siempre un escaño más bajo en cuanto a legitimación, se sostenía por la incuestionable dominación de los hombres; la lucha por reivindicaciones femeninas, atentaba contra sus masculinidades (GONZÁLEZ PAGÉS, 2006, p.27).
El poderío de los hombres en las esferas del empleo y los derechos, vacilaban con este movimiento feminista, que no pretendía comenzar una guerra antagónica contra el sexo opuesto, sino reclamar la equidad y el respeto.
En el año 1934, días antes del primer golpe de Estado de Batista (IHC, 2004, p.316), el entonces presidente Ramón Grau San Martín había otorgado el derecho al voto a las mujeres sin restricciones. Los más de treinta años persiguiendo el anhelado sufragio llegaban a su meta. Pero la vorágine de las feministas no se detuvo. Luego de asistir a las urnas, el marchar al hogar en el mismo rol de sirvientas, significó un fracaso tal como no haber conseguido el ejercicio electoral. (LAMAR, 1927)
El voto solo fue una representación legal, que promovió en lo adelante la búsqueda de mejores condiciones de trabajo y salarios, planes educacionales y protección a la maternidad, sin importar raza o clase social. Tales aspectos fueron demandados en el Tercer Congreso Nacional de Mujeres, que además prestó atención a la situación bélica mundial y la exhortación a la lucha antifascista.
La Constitución de 1940 tuvo importantes concesiones en torno a la mujer; decretos que acrecentaban la legitimación femenina, pero la realidad los convertía en “tinta sobre papel mojado”, pues siguieron siendo víctimas del machismo y la desigualdad. “La Constitución del 40 no cambiaría en la práctica la situación de inferioridad de las mujeres, las cuales continuaron recibiendo salarios más bajos que los hombres”. (GONZÁLEZ PAGÉS, 2003, p.98)
Charito Guillaume estuvo al frente de las demandas sobre la inserción de las mujeres al trabajo y la educación, para favorecer la calidad de vida de estas. Colaboró con la creación de la Asociación Pro Enseñanza Popular de la Mujer: “(…) que abogó por el mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres pobres y marginales, preparándolas para que supieran demandar sus derechos básicos” (GONZÁLEZ PAGÉS, 2003, p.144). Contribuyó a la formación de mujeres campesinas como maestras rurales, tarea que desempeñó junto al líder obrero Jesús Menéndez.
Incidió de manera notable a la incorporación de féminas a la producción. Tal fue el caso, en la Empresa Consolidada de equipos agrícolas, “Talleres Cubana de Acero”, no querían mujeres trabajando allí, ni menos jovencitas. De forma que Rosario consiguió la inclusión de estas obreras y advirtió sobre el respeto con ellas: “Llegamos a verla como nuestra propia madre”. Aunque no encontró mucho apoyo, ya que los hombres no querían compañeras en la fábrica, “porque era un trabajo muy duro para ellas”. (ENTREVISTA, FMC)
La supuesta debilidad biológica de la mujer y la “pérdida” de su feminidad ante su incorporación al trabajo, operaron contra ella. El marcado machismo juzgaba discriminatoriamente la participación de estas en iguales labores u organismos que los hombres. El desafío frente a esos prejuicios y el desempeño de sus tareas, prácticamente alcanzaban la misma magnitud. Para los hombres, todo el tiempo dispuestos a demostrar su masculinidad (fuertes, viriles) significaba un duelo, pues era entendido como una violación de los espacios históricamente suyos. “Comprender estos elementos sobre la construcción social del género femenino y masculino, nos aproximan al análisis de la problemática del maltrato, el abuso y la explotación sexual (…)”. (GONZÁLEZ PAGÉS, 2006, p.24)
Rosario Guillaume luego del triunfo revolucionario en 1959, siguió ligada a la actividad feminista. Fue una de las fundadoras de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y militó en sus filas hasta fallecer en 1975: “Pertenece a la historia de mayor compromiso político de la mujer en las luchas contra las tiranías y las diferentes formas de explotación de su momento” (RICARDO, 2004, p.198). Charito fue una persona que luchó por un mejor futuro de su país, imaginando una sociedad en la que se habría alcanzado plena igualdad para la mujer, en el que todo bienestar proviene del esfuerzo de ambos sexos en el ejercicio de la verdadera equidad.
Bibliografía
GONZÁLEZ PAGÉS, Julio César. En Busca de un espacio: Historia de las mujeres en Cuba. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2003
--------------------------------------- Manual Metodológico par el Taller de “Empoderamiento Solidario”. Michoacán: Instituto Michoacano de la Mujer, 2006
INSTITUTO DE HISTORIA DE CUBA. Historia de Cuba, la Neocolonia, organización y crisis desde 1899 hasta 1940. La Habana: Editorial Félix Varela, 2004
LAMAR, Hortensia. Sufragio Femenino. La Habana: S/E, 1927
OLIVA, Milagros. Desde la época del primer partido: Charito Guillaume. En: Mujeres Ejemplares, primer libro de la Orden Ana Betancourt. La Habana: Editorial Orbe, 1977
RICARDO, Yolanda. La resistencia en las Antillas tiene rostro de mujer. República Dominicana: Academia de Ciencias, 2004
Fondos
Entrevista a María Núñez, amiga y compañera de lucha de Rosario Guillaume. Centro de Documentación, FMC
Entrevista realizada a trabajadoras de la fábrica Cubana de Acero por el Grupo de Teatro de dicho centro. Centro de Documentación, FMC
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