En la foto Aurelia Castillo precursora del Movimiento Feminista en Cuba
El centenario del feminismo en Cuba está pasando
casi inadvertido, pese a que sería una de las cartas de triunfo para el logro
de una sociedad más justa, equitativa y menos traumática, sostiene el estudioso
Julio César González Pagés
Por Ana María Domínguez Cruz
digital@juventudrebelde.cu
19 de Marzo del 2012 21:47:13 CDT
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19 de Marzo del 2012 21:47:13 CDT
«La mujer debe atender la casa, los
hijos y a su esposo; el hombre hace otras cosas. Siempre ha sido así, porque la
mujer es mujer y el hombre es hombre y eso nadie puede cambiarlo». Así le
espetó la madre a su hija en una de las escenas más contundentes de la película
cubana Retrato de Teresa, de 1979. La protagonista, en la figura de la
actriz Daysi Granados, se enfrentaba diariamente no solo a su marido Ramón
—Adolfo Llauradó—, sino a toda la sociedad que, erigida sobre los cánones de la
masculinidad, esperaba de ella lo mismo que de todas las mujeres.
La doble jornada, en el trabajo y en
la casa; las limitaciones por ser madre y esposa; las exigencias de sus
complacencias y la nula posibilidad de aspirar a sus sueños constituían el
móvil de lucha de la protagonista del filme, en el afán por cambiar esa
realidad.
Tres décadas después, aun cuando
mucho se ha logrado en el camino por hacer de la mujer partícipe activa en la
construcción de la sociedad y de su propia vida, persiste el influjo de la
hegemonía masculina, generadora de inequidad y violencia.
Así piensa el Doctor en Ciencias
Históricas Julio César González Pagés, a quien le resulta contradictorio que el
centenario del feminismo en nuestro país, justo este año, no sea considerado
una fecha de celebración y motivaciones y, por el contrario, pase casi
inadvertido.
«La mujer puede ejercer su derecho
al voto y hacer uso de la Patria Potestad; divorciarse legalmente de su cónyuge
si así lo quiere; ocupar cargos de dirección o políticos y todo ello, unido a
otros derechos, hoy son asumidos como parte de nuestra “normal” vida cotidiana,
gracias a numerosas mujeres que, en el mundo entero y también en Cuba, desde
1912 específicamente, aunaron sus esfuerzos para eliminar la desigualdad
social».
Incomprendidas antes de la
Revolución por su ideología feminista, acusadas de desestabilizar el régimen y
tildadas, tácitamente, de homosexuales, muchas en Cuba abogaron por la unión
intersectorial con el objetivo de satisfacer sus demandas. «Por ello, cien años
atrás, crearon en La Habana tres organizaciones abiertamente feministas: el
Partido Nacional Femenino, el Partido de Sufragistas Cubanas y el Partido
Popular Feminista, mediante los cuales hicieron valer sus derechos en una
sociedad que por herencia histórica era —y es— patriarcal y machista», explicó
el coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
La importancia del movimiento del
feminismo en Cuba fue tal, asegura Pagés, que se le considera precursor del que
más tarde se gestó en América Latina.
«Los congresos de 1923 y 1925 de la
Federación Nacional de Asociaciones Femeninas resultaron de trascendental
significación, como lo fue que en la Constitución de 1940 tomaran cuerpo todos
esos anhelos.
«Esa lucha feminista siempre se
ejecutó desde la unión, no solo entre las mujeres de distintos sectores y
clases sociales, sino también con hombres como Julio Antonio Mella, Rubén
Martínez Villena, Juan Marinello, Miguel de Carrión y Carlos Loveira, entre
otros (catalogados como miembros adictos)». Ello permitió, asevera, que en
1959, cuando triunfó la Revolución, parte del camino hubiera sido ya
desbrozado.
«Tuvieron lugar otros cambios
necesarios, impulsados principalmente por la Federación de Mujeres Cubanas, que
sin ser una organización declarada como feminista, desplegaba acciones de ese
carácter, cuyos resultados son palpables hoy. Sin embargo, no ha sido
suficiente».
No se trata de que no se reconozca,
desde el punto de vista histórico —aunque a veces sí sucede— el mérito de estas
feministas y sus resultados, agrega, sino de que en la Cuba de hoy persiste,
desde el punto de vista social, cultural y psicológico, tanto en hombres como
en mujeres, la ideología que pondera el machismo.
Derribar
la muralla
El feminismo, erróneamente
catalogado como «el machismo de la mujer», cobró auge a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, y su esencia se basa en la igualdad de derechos y
deberes de hombres y mujeres en los diferentes espacios.
Su contrario, ese que se reproduce
desde los patrones familiares, desde hombres y mujeres, es el que genera
todavía la división de azules y rosados para niños y niñas, respectivamente,
así como el juego de las casitas por un lado y los soldaditos por el otro, la
delicadeza y sumisión en unas y la rudeza y la superioridad, ¡sin lágrimas!, de
otros.
Refiere Pagés que desde que Aurelia
Castillo se refiriera al machismo en su artículo La muralla, publicado en El
Fígaro, en tanto muralla de la inequidad que había que derribar, y Mariblanca
Sabas Alomá se manifestara contra la asociación conceptual de feminismo y
lesbianismo que le impusieran en su época, hasta nuestros días, la sociedad no
ha cambiado lo suficiente, desde el punto de vista sociocultural.
«La mujer tiene oportunidades en el
mundo laboral, político, público, cultural, pero sigue estando comprometida con
sus roles en la vida doméstica, intransferibles al parecer y limitantes del
resto. Continúa siendo mostrada, hasta en los medios de comunicación, como la
subordinada al «macho», y sigue enfrentándose a la condena popular cuando
intenta cambiar sus roles.
«Provengo de una familia sui
géneris, lo confieso, y tal vez por ello me cuesta ser parte de eso. Mi abuela
materna militó en una organización sufragista. Mis padres, emigrantes
españoles, preconizaban una forma de vida, sobre todo desde la visión de mi
madre, marcada por esa condición. A su vez, fuimos cinco hijos varones y nos
educaron en la equidad, la igualdad de oportunidades, decisiones y
responsabilidades, sin que el género lo determinara.
«Más tarde, durante los estudios
universitarios aumentó mi interés por los temas relacionados con estas
diferencias de género, patrones e influencias, entre otros, y hoy me siento
orgulloso de haber contribuido desde las aulas, como profesor, a la formación
de una conciencia antimachista en la mayoría de mis alumnos».
La familia es el núcleo de todo lo
que se quiere construir, insiste el autor de Macho, Varón, Masculino, y
es precisamente en esta donde el prejuicio se abre paso, y luego en la escuela
y en la comunidad.
«La equidad, se quiera o no, se
construye desde la cotidianidad, no desde las normativas o los decretos que,
aunque progresistas y viables, no pueden evitar la reproducción de fobias y
conceptos ambiguos desde la educación y la cultura. De hecho, existe hace casi una
década la modificación de la Ley de la Maternidad, en la que se refleja que los
padres también pueden optar por licencia para cuidar a sus hijos. Sin embargo,
¿cuántos hombres en el país se han acogido?
«Tiene que ver con el cómo educamos
a nuestros hijos, con la manera en la que concebimos los productos
comunicativos y proponemos una imagen de la mujer, erotizada y vampiresca, o
por el contrario, sumisa y pura; la forma en la que llevamos nuestras
relaciones de pareja y, por ende, con respecto a los demás», acotó.
—¿Se considera usted feminista?
—Sí, claro, lo soy, y en el año del
centenario me declaro cien veces feminista, si es necesario; ¿por qué no?
Comparto una ideología que otorga iguales derechos y deberes sin importar el
género; por ello todo el que así piense es feminista también, sea hombre o
mujer.
«Lo que sucede es que el término
asusta y que es difícil no ser machista en un mundo erigido como tal. En Cuba,
además, hay un desconocimiento bastante generalizado sobre el término, la
ideología, sus propuestas. No solo porque no esté incluido en los planes de
estudio de carreras como Historia y Filosofía, lo que me parece inaudito, sino
también porque lo radicalizan demasiado y los patrones se reproducen a diario.
«Trabajo estos temas desde 1987 y
aún como profesional estoy acostumbrado al “sabotaje”, podemos decirle así, tan
solo por el hecho de ser hombre, porque en esa radicalización del pensamiento,
no se permite poner en duda la hombría y hasta las mujeres, en muchos casos,
aclaran que son femeninas y no feministas», enfatiza Pagés.
Ahora que el país se piensa
diferente, para bien —añade el también consultor de la ONU para temas de
masculinidad y violencia en Latinoamérica— es un buen momento para que se lleve
adelante el debate sobre los derechos, más que sobre los roles, lo cual es
imprescindible, en nombre de las mujeres que iniciaron esta lucha décadas
atrás, y en el de las que aún padecen la carencia de expectativas.
«Si nos lo proponemos, Cuba puede
teñirse de violeta, que es el color que identifica al feminismo, debido a que
el 8 de marzo de 1908, cuando el dueño de una fábrica textil en Nueva York la
incendió, con 129 trabajadoras dentro, para acabar con la huelga que ellas
protagonizaban, el humo que emanó del incendio tenía esa tonalidad, por el
color de las telas con las que trabajaban.
«Desde cualquier espacio puede
desarrollarse una buena propuesta, tal como lo hace la cantautora cubana Rochy
con su proyecto Todas contracorriente, encaminado a sentar las bases de una
cultura de paz desde la música, eliminar estereotipos y luchar contra la
violencia de género. Podemos hacerlo, y así seremos más los partidarios del
feminismo, una de las cartas de triunfo para el logro de una sociedad más
justa, más equitativa y menos traumática», concluyó el historiador.
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