Con cierta frecuencia y
desde hace algún tiempo, una buena parte de la música cubana y sus
intérpretes, suelen visibilizar diferentes actitudes violentas contra
la mujer. Al tanto de ese fenómeno que se instala como un terrible flagelo en
toda la sociedad, la cantante cubana Rochy Ameneiro decidió liderar el
proyecto Todas Contracorrientes.
Así, junto a sus músicos
y otros intelectuales como el Dr. Julio César González Pagés, al frente de la
Red Iberoamericana y Africana de Masculinades, Rochy emprendió el
pasado 4 de enero una gira nacional cuyo programa incluyó, además de sus
conciertos, numerosos talleres, conferencias y homenajes a diferentes mujeres
que lucharon por la reivindicación de los derechos femeninos en Cuba.
Luego de concluir el
programa de actividades, la cantante ofreció a Mujeres, sus
valoraciones sobre el significado que para ella misma, tuvo la ejecución del
proyecto y el impacto personal del proyecto.
“Aunque diseñamos la
gira con unos propósitos específicos, lo cierto es que llegó a mi vida para
quedarse. Es un trabajo que me ha enriquecido en todos los sentidos: humano,
personal, como cantante; y que se debe continuar con más personas. Soy
la líder del proyecto, pero no la única que puede hacerlo.
“Gracias al contacto con
los públicos de todo el país, me di cuenta que los que estamos vinculados al
arte, tenemos herramientas importantes para poder incidir en la población y
la sociedad. Esta gira fue como un punto de partida para muchas otras cosas
que se pueden hacer.
“Por ejemplo, de
nuestras visitas a los monumentos en las provincias donde estuvimos, surgió
una propuesta que queremos trasmitirle al Ministerio de Turismo. Es decir,
sería importante que entre las rutas diseñadas para los turistas, esa entidad
tenga en cuanta una ruta de mujeres.
“Por otra parte, los
talleres que el Dr. Julio César impartió en las Escuelas de Instructores de
Arte y que yo cerraba con un concierto, nos ofrecieron la visión de que la
juventud sí desea escuchar otros tipos de música, quiere otras alternativas y
polemizar, y no solo lo que le ofrecen los medios de difusión aun cuando
estos tienen una gran responsabilidad en la formación de valores de jóvenes y
adolescentes.”
En este punto, Rochy
enfatizó lo oportuno de haber impartido los talleres, justamente, en esas
Escuelas, donde hoy se forman los profesores que, en un futuro cercano, serán
los decisores del tipo de formación y gustos artísticos que poseerán las
diferentes generaciones de cubanos y cubanas.
“Otras de las
experiencias favorables, extraídas de la presentación nacional del proyecto
TODAS CONTRACORRIENTE, es que mientras más personas se involucren mucho mejor
será lo que logremos: artistas, académicos, instituciones, publico en
general, deben tomar conciencia de que esta es una responsabilidad de todos y
todas. La cultura de paz no es una utopía, ella sí es posible.”
Tan posible como las
necesidad de estructurar una sociedad, sustentada en la armonía, la equidad, el amor y el respeto
entre géneros.
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sábado, 31 de marzo de 2012
Acordes para una cultura de paz
martes, 20 de marzo de 2012
Soy cien veces feminista; ¿por qué no?
En la foto Aurelia Castillo precursora del Movimiento Feminista en Cuba
El centenario del feminismo en Cuba está pasando
casi inadvertido, pese a que sería una de las cartas de triunfo para el logro
de una sociedad más justa, equitativa y menos traumática, sostiene el estudioso
Julio César González Pagés
Por Ana María Domínguez Cruz
digital@juventudrebelde.cu
19 de Marzo del 2012 21:47:13 CDT
digital@juventudrebelde.cu
19 de Marzo del 2012 21:47:13 CDT
«La mujer debe atender la casa, los
hijos y a su esposo; el hombre hace otras cosas. Siempre ha sido así, porque la
mujer es mujer y el hombre es hombre y eso nadie puede cambiarlo». Así le
espetó la madre a su hija en una de las escenas más contundentes de la película
cubana Retrato de Teresa, de 1979. La protagonista, en la figura de la
actriz Daysi Granados, se enfrentaba diariamente no solo a su marido Ramón
—Adolfo Llauradó—, sino a toda la sociedad que, erigida sobre los cánones de la
masculinidad, esperaba de ella lo mismo que de todas las mujeres.
La doble jornada, en el trabajo y en
la casa; las limitaciones por ser madre y esposa; las exigencias de sus
complacencias y la nula posibilidad de aspirar a sus sueños constituían el
móvil de lucha de la protagonista del filme, en el afán por cambiar esa
realidad.
Tres décadas después, aun cuando
mucho se ha logrado en el camino por hacer de la mujer partícipe activa en la
construcción de la sociedad y de su propia vida, persiste el influjo de la
hegemonía masculina, generadora de inequidad y violencia.
Así piensa el Doctor en Ciencias
Históricas Julio César González Pagés, a quien le resulta contradictorio que el
centenario del feminismo en nuestro país, justo este año, no sea considerado
una fecha de celebración y motivaciones y, por el contrario, pase casi
inadvertido.
«La mujer puede ejercer su derecho
al voto y hacer uso de la Patria Potestad; divorciarse legalmente de su cónyuge
si así lo quiere; ocupar cargos de dirección o políticos y todo ello, unido a
otros derechos, hoy son asumidos como parte de nuestra “normal” vida cotidiana,
gracias a numerosas mujeres que, en el mundo entero y también en Cuba, desde
1912 específicamente, aunaron sus esfuerzos para eliminar la desigualdad
social».
Incomprendidas antes de la
Revolución por su ideología feminista, acusadas de desestabilizar el régimen y
tildadas, tácitamente, de homosexuales, muchas en Cuba abogaron por la unión
intersectorial con el objetivo de satisfacer sus demandas. «Por ello, cien años
atrás, crearon en La Habana tres organizaciones abiertamente feministas: el
Partido Nacional Femenino, el Partido de Sufragistas Cubanas y el Partido
Popular Feminista, mediante los cuales hicieron valer sus derechos en una
sociedad que por herencia histórica era —y es— patriarcal y machista», explicó
el coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
La importancia del movimiento del
feminismo en Cuba fue tal, asegura Pagés, que se le considera precursor del que
más tarde se gestó en América Latina.
«Los congresos de 1923 y 1925 de la
Federación Nacional de Asociaciones Femeninas resultaron de trascendental
significación, como lo fue que en la Constitución de 1940 tomaran cuerpo todos
esos anhelos.
«Esa lucha feminista siempre se
ejecutó desde la unión, no solo entre las mujeres de distintos sectores y
clases sociales, sino también con hombres como Julio Antonio Mella, Rubén
Martínez Villena, Juan Marinello, Miguel de Carrión y Carlos Loveira, entre
otros (catalogados como miembros adictos)». Ello permitió, asevera, que en
1959, cuando triunfó la Revolución, parte del camino hubiera sido ya
desbrozado.
«Tuvieron lugar otros cambios
necesarios, impulsados principalmente por la Federación de Mujeres Cubanas, que
sin ser una organización declarada como feminista, desplegaba acciones de ese
carácter, cuyos resultados son palpables hoy. Sin embargo, no ha sido
suficiente».
No se trata de que no se reconozca,
desde el punto de vista histórico —aunque a veces sí sucede— el mérito de estas
feministas y sus resultados, agrega, sino de que en la Cuba de hoy persiste,
desde el punto de vista social, cultural y psicológico, tanto en hombres como
en mujeres, la ideología que pondera el machismo.
Derribar
la muralla
El feminismo, erróneamente
catalogado como «el machismo de la mujer», cobró auge a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX, y su esencia se basa en la igualdad de derechos y
deberes de hombres y mujeres en los diferentes espacios.
Su contrario, ese que se reproduce
desde los patrones familiares, desde hombres y mujeres, es el que genera
todavía la división de azules y rosados para niños y niñas, respectivamente,
así como el juego de las casitas por un lado y los soldaditos por el otro, la
delicadeza y sumisión en unas y la rudeza y la superioridad, ¡sin lágrimas!, de
otros.
Refiere Pagés que desde que Aurelia
Castillo se refiriera al machismo en su artículo La muralla, publicado en El
Fígaro, en tanto muralla de la inequidad que había que derribar, y Mariblanca
Sabas Alomá se manifestara contra la asociación conceptual de feminismo y
lesbianismo que le impusieran en su época, hasta nuestros días, la sociedad no
ha cambiado lo suficiente, desde el punto de vista sociocultural.
«La mujer tiene oportunidades en el
mundo laboral, político, público, cultural, pero sigue estando comprometida con
sus roles en la vida doméstica, intransferibles al parecer y limitantes del
resto. Continúa siendo mostrada, hasta en los medios de comunicación, como la
subordinada al «macho», y sigue enfrentándose a la condena popular cuando
intenta cambiar sus roles.
«Provengo de una familia sui
géneris, lo confieso, y tal vez por ello me cuesta ser parte de eso. Mi abuela
materna militó en una organización sufragista. Mis padres, emigrantes
españoles, preconizaban una forma de vida, sobre todo desde la visión de mi
madre, marcada por esa condición. A su vez, fuimos cinco hijos varones y nos
educaron en la equidad, la igualdad de oportunidades, decisiones y
responsabilidades, sin que el género lo determinara.
«Más tarde, durante los estudios
universitarios aumentó mi interés por los temas relacionados con estas
diferencias de género, patrones e influencias, entre otros, y hoy me siento
orgulloso de haber contribuido desde las aulas, como profesor, a la formación
de una conciencia antimachista en la mayoría de mis alumnos».
La familia es el núcleo de todo lo
que se quiere construir, insiste el autor de Macho, Varón, Masculino, y
es precisamente en esta donde el prejuicio se abre paso, y luego en la escuela
y en la comunidad.
«La equidad, se quiera o no, se
construye desde la cotidianidad, no desde las normativas o los decretos que,
aunque progresistas y viables, no pueden evitar la reproducción de fobias y
conceptos ambiguos desde la educación y la cultura. De hecho, existe hace casi una
década la modificación de la Ley de la Maternidad, en la que se refleja que los
padres también pueden optar por licencia para cuidar a sus hijos. Sin embargo,
¿cuántos hombres en el país se han acogido?
«Tiene que ver con el cómo educamos
a nuestros hijos, con la manera en la que concebimos los productos
comunicativos y proponemos una imagen de la mujer, erotizada y vampiresca, o
por el contrario, sumisa y pura; la forma en la que llevamos nuestras
relaciones de pareja y, por ende, con respecto a los demás», acotó.
—¿Se considera usted feminista?
—Sí, claro, lo soy, y en el año del
centenario me declaro cien veces feminista, si es necesario; ¿por qué no?
Comparto una ideología que otorga iguales derechos y deberes sin importar el
género; por ello todo el que así piense es feminista también, sea hombre o
mujer.
«Lo que sucede es que el término
asusta y que es difícil no ser machista en un mundo erigido como tal. En Cuba,
además, hay un desconocimiento bastante generalizado sobre el término, la
ideología, sus propuestas. No solo porque no esté incluido en los planes de
estudio de carreras como Historia y Filosofía, lo que me parece inaudito, sino
también porque lo radicalizan demasiado y los patrones se reproducen a diario.
«Trabajo estos temas desde 1987 y
aún como profesional estoy acostumbrado al “sabotaje”, podemos decirle así, tan
solo por el hecho de ser hombre, porque en esa radicalización del pensamiento,
no se permite poner en duda la hombría y hasta las mujeres, en muchos casos,
aclaran que son femeninas y no feministas», enfatiza Pagés.
Ahora que el país se piensa
diferente, para bien —añade el también consultor de la ONU para temas de
masculinidad y violencia en Latinoamérica— es un buen momento para que se lleve
adelante el debate sobre los derechos, más que sobre los roles, lo cual es
imprescindible, en nombre de las mujeres que iniciaron esta lucha décadas
atrás, y en el de las que aún padecen la carencia de expectativas.
«Si nos lo proponemos, Cuba puede
teñirse de violeta, que es el color que identifica al feminismo, debido a que
el 8 de marzo de 1908, cuando el dueño de una fábrica textil en Nueva York la
incendió, con 129 trabajadoras dentro, para acabar con la huelga que ellas
protagonizaban, el humo que emanó del incendio tenía esa tonalidad, por el
color de las telas con las que trabajaban.
«Desde cualquier espacio puede
desarrollarse una buena propuesta, tal como lo hace la cantautora cubana Rochy
con su proyecto Todas contracorriente, encaminado a sentar las bases de una
cultura de paz desde la música, eliminar estereotipos y luchar contra la
violencia de género. Podemos hacerlo, y así seremos más los partidarios del
feminismo, una de las cartas de triunfo para el logro de una sociedad más
justa, más equitativa y menos traumática», concluyó el historiador.
lunes, 12 de marzo de 2012
Los 100 años del Movimiento Feminista en Cuba
Los centenarios casi siempre son
festejados por todas las personas que sienten como suyo el homenaje de tan
importante cifra. En el presente año el Movimiento Feminista Cubano está de
centenario y puede pasar, salvo intentos individuales de artistas y escritores,
que no sea tomado como una conmemoración “seria” que involucra a toda la Historia
de la Nación.
A pesar de los reclamos individuales
realizados por patriotas, como Ana Betancourt y Edelmira Guerra, o
intelectuales, como María Luisa Dolz y Aurelia Castillo, la problemática
femenina en Cuba, quedó arquetipada hacia comportamientos más generalizados del
siglo XIX, cuando ser madre y esposa permitió una mayor aceptación social.
Las constituciones independentistas
de Guáimaro, Jimaguayú y La Yaya, las Bases del Partido Revolucionario Cubano y
el Manifiesto de Montecristi, fueron alabanzas de libertad, fraternidad y
democracia que no tenían reivindicaciones para la mujer, las cuales fueron
dejadas para cuando se lograra el futuro independiente. Sin embargo, cuando llegó
este momento, de forma arbitraria, fueron excluidas de ser ciudadanas con
derechos políticos.
El feminismo cubano en la primera
década del siglo XX solo estuvo marcado,
en el debate político, como una
tendencia legitimada por intelectuales de reconocido respeto en el área de los
derechos políticos para las mujeres, como Enrique José Varona, Francisco
Caraballo Sotolongo o la feminista-independentista Magdalena Peñarredonda.
En 1912 se crearon en La Habana las
tres primeras asociaciones abiertamente feministas que pedirán el sufragio
femenino como reivindicación. El Partido Popular Feminista, el Partido de Sufragistas
Cubanas y el Partido Nacional Feminista se convirtieron en las organizaciones
pioneras del Movimiento Feminista en Cuba. Este movimiento se articuló en una década y obtuvo significativas
reivindicaciones como la Ley de la Patria Potestad (1917) y la Ley del Divorcio
(1918). En 1921 surgió la primera Federación Nacional de Asociaciones Femenina
de Cuba que permitió organizar los importantes Congresos Nacionales de Mujeres
de los años 1923 y 1925.
Miles de mujeres de toda la Isla se
sumaron al movimiento feminista organizado por las agrupaciones creadas en 1912.
Maestras, obreras de la industria tabacalera, intelectuales, juristas,
periodistas y mujeres comunes, encabezaron un movimiento que tenía más
detractores que defensores en ambos sexos.
Las mujeres feministas cubanas en
todas las partes del mundo llevan 100 años reivindicando su derecho. La idea
emancipadora del feminismo aún es un tema no debatido en toda su magnitud en
Cuba, el fantasma violeta de su color puede asustar al patriarcado machista
donde quiera que esté.
Estoy desde ya festejando la
centenaria cifra, las personas que dudan de los homenajes no importan que se
sumen a la fiesta. La historia de estas mujeres jamás podrá ser invisibilizada,
su huella marcó nuestra Historia, y nadie podrá, desde ninguna posición,
restarle el protagonismo.