viernes, 3 de septiembre de 2010
Gallegas en Cuba.
En la foto Carmen Almodovar
Julio César González Pagés y equipo de la
Red Iberoamericana de Masculinidades
Presentación de la Dra. Carmen Almodóvar al libro Gallegas en Cuba
En términos generales, cuando se acude a la presentación de un libro, se indaga por el autor del mismo, en tanto se unen el escritor y su obra para perdurar en la memoria o para ser condenados al olvido.
Siempre había pensado, que en este mundo de las Ciencias Sociales, tan complicado y espinoso -pero a la par tan lleno de compensaciones- no resultaba fácil abrirse paso rápidamente, bien en el ámbito universitario como en el de las publicaciones. Cuando reflexionaba al respecto no había tomado en cuenta las excepciones. Hoy estamos en presencia de uno de esos casos: el de un joven historiador, poseedor de una cautivante personalidad y de una tenacidad incalculable, que ha logrado romper “tabúes” y algunas barreras consideradas “infranqueables” para ganarse por “sus méritos” un espacio prestigioso como intelectual, dentro y fuera de Cuba.
Julio César González Pagés en apenas dos décadas, ha dictado conferencias y cursos sobre su especialidad –Género- en universidades y centros de investigación altamente reconocidos. España, Estados Unidos, México y otros países europeos e hispanoamericanos, han reclamado reiteradamente su presencia.
A partir de 1991, se suceden los títulos, libros y folletos –avalados por reconocidas editoriales- ven la luz tanto en Cuba como en el extranjero. Después del año 2001 sus trabajos también aparecen en soporte digital e Internet.
Julio César González se acerca tempranamente al estudio del movimiento feminista, a su lucha por el derecho al sufragio… Aún no había abandonado las aulas universitarias y ya era un defensor de estas causas un tanto perdidas u olvidadas en muchas partes del mundo. El doctorado le conduce definitivamente hacia los estudios de género… y en este ir y venir, en su afán por “rescatar al género femenino de la invisibilidad”, se encuentra un buen día con las vicisitudes confrontadas por las mujeres gallegas que deciden emigrar al “Nuevo Mundo” para “hacer la América”, creyendo algunos “cantos de sirena” puestos en boca de supuestos “indianos”, a través de las “cartas de llamada” y todo el imaginario creado al amparo de las “tierras de promisión”.
Surge así el acercamiento del mencionado historiador al tema de la emigración y el libro Las hijas de Galicia, que hoy amplía y reverdece en Gallegas en Cuba, editado en soporte digital.
A mi juicio, la estructura del libro – muy bien balanceada- cuenta con un discurso que, sin perder las precisiones informativas, las valoraciones novedosas, los análisis críticos y por supuesto, una fuerte presencia de criterios propios, mantiene un ritmo ágil y una elegancia sobria que atrapa al lector, obligándolo a continuar su lectura. He ahí uno de los méritos que debe concedérsele al libro, en tanto se ha escrito para leerse con placer, no por obligación.
El lenguaje empleado por el autor es accesible a todo estudioso del tema, sea o no especialista en el mismo; ha tenido el buen tacto de escribir para ser entendido sin necesidad de recurrir a un diccionario a cada paso. No se suma a corrientes de mal gusto impuestos por algunos “seudo-intelectuales”
Hace un momento he subrayado los valores formales de Gallegas…; a continuación voy a referirme a los contenidos de ese dinámico discurso, determinante, a la hora de evaluar una obra.
En primer lugar, el trabajo no está dirigido a examinar la historia de una institución, como pudiera presumirse –dado que la mayoría de las gallegas residentes en La Habana en aquellos tiempos de “república mediatizada” estaban asociadas a Hijas de Galicia –como una manera de agruparse en un territorio ajeno al propio, buscando amparo y calor humano- por tal motivo, el estudio del quehacer de la referida Asociación no resultaría ocioso. Sin embargo, aunque para Julio César González “el eje fundamental que motiva su investigación es la Asociación “Hijas de Galicia”, el verdadero centro temático de su libro es “el análisis sobre qué lugar ocupaban las mujeres gallegas en el seno de aquella hospitalaria sociedad y cuáles eran sus principales preocupaciones.”
La metodología empleada, ajena a los cánones tradicionales –donde interactúan métodos provenientes de diferentes disciplinas dentro de las Ciencias Sociales- a lo que se suma una rigurosa selección de fuentes empleadas, debidamente criticadas- permite al autor cumplimentar con creces los objetivos propuestos.
En el primer capítulo sobresale el epígrafe titulado “De Vigo a Coruña: embarque para las Hijas de Galicia”. El historiador pone al descubierto una página que había sido prácticamente obviada por la historiografía precedente relacionada con el tema abordado: la utilización de las mujeres que emigraban para trabajar honradamente y labrarse un porvenir y se convertían –por razones de la vida- en una fuente abastecedora de prostitución.
Julio César González Pagés se vale de expedientes penales, testimonios y la prensa de la época –entre otras fuentes- para estudiar las causas que conducen a muchas gallegas, a enrolarse en territorio cubano, a las filas de las “prostitutas”. La mayoría de estas infelices mujeres “caen en barrena” y reciben el menosprecio de la sociedad que le rodea. Por excepción –como en el caso de la “Macorina”- se convierten en dueñas de sus propios negocios, aunque estos carezcan de respetabilidad. En el propio capítulo debe destacarse lo concerniente a las “Voces feministas” que se alzan en l 1ro y 2do Congresos Nacionales de Mujeres (1923 y 1925) para reclamar medidas concretas que beneficiasen a la mujer inmigrante y evitar, con estas disposiciones, los atropellos a que eran sometidas, incluso, por parte de sus propios familiares.
El autor de Gallegas… pone al descubierto la denuncia de las feministas cubanas acerca de las diversas fórmulas empleadas en la Isla para explotar a las emigradas. Asimismo, subraya el investigador, cómo alzan su voz en los referidos Congresos, estas mujeres de avanzada, en señal de apoyo para la construcción de un refugio apropiado para las emigradas, contando con la efectiva colaboración de las instituciones españolas.
En el 2do capítulo abunda la información de primera mano sobre el nacimiento del sanatorio “Concepción Arenal”, sus estatutos, sus fundadores y el desenvolvimiento de las 1ras Juntas Generales de Asociados. Sobresale en el capítulo, el espacio concedido en éste a los “debates” suscitados en las Juntas, donde numerosas asociadas denuncian las conductas impropias asumidas por algunos directivos del centro asistencial, elevándose estas denuncias –en casos puntuales- a los tribunales competentes.
El autor se detiene en los “derechos” de loso asociados, en los beneficios sanitarios yen la presencia femenina en el seno de la Junta Directiva. Si se toma en cuenta la época en que se elaboran aquellos Estatutos, se les puede considerar de “Avanzada”. González hace hincapié en que no se obvie el responsable papel jugado por algunas asociadas, quejándose con sólidas fundamentaciones, en cartas dirigidas a los Presidentes de “Hijas de Galicia” de situaciones tales como: la manipulación de los Estatutos por parte de las Juntas Directivas Gobernantes, inapropiadas decisiones de las Juntas, incompetencia en los fallos dictados, etc. Demuestra el autor con sus ejemplos incuestionables, el gran interés de buena parte de la membresía en los problemas internos de la citada Asociación.
En el tercer y último capítulo del libro que se comenta, Julio César González se hace eco, con muy buen tino, de las polémicas surgidas alrededor de la compra de un terreno por parte de la “Sociedad Hijas de Galicia”, para que fuese instalado en él un balneario. Las razones esgrimidas por aquellas asociadas, muy bien documentadas sobre sus derechos para oponerse a la referida transacción, son detenidamente evaluadas por el historiador que destaca la diligente actuación de algunas de aquellas mujeres, en defensa de los intereses de la Sociedad a la que pertenecían, en una coyuntura que no las favorecía.
En el mismo capítulo González analiza, desprejuiciadamente, un tema espinoso: la imagen estereotipada divulgada en cine, teatro y la radio sobre la mujer gallega.
Durante años, el teatro vernáculo impuso en Cuba una imagen de la gallega –que de hecho, simbolizaba a todas las nacidas en España- donde se entremezclaban honradez, incapacidad, tozudez, laboriosidad, torpeza, etc., de manera intencional, discriminatoria, en la misma forma que se hacía con el “negrito criollo”.
El cine se hace eco, particularmente el argentino, de este estereotipo, a partir de la aparición en pantalla de la Cándida protagonizada por Nené Marshall. Julio César González se remite a la reacción de algunos periodistas sobre este sensible tema; particularmente destaca las airadas protestas de Fuco Gómez, oponiéndose a esta pueril y vejaminosa imagen de las gallegas, en unos y otros espacios socio-culturales.
No deja en el tintero el autor a que se hace referencia, la caracterización de la revista Cenit, órgano oficial de “Hijas de Galicia”, publicación que incluye a la mujer en sus cuadros de dirección y le concede la posibilidad de escribir en sus secciones –fijas: González reflexiona, con objetividad, ubicándose siempre en el contexto histórico en el cual se inserta la mencionada revista- sobre los temas abordados en aquellos espacios, que ponen a prueba la capacidad de estas mujeres –devenidas periodistas- y destaca la utilidad y novedad de algunos de sus escritos relativos a la historia, la educación y la formación de valores cívicos.
Coincido con el historiador en que Cenit cumplió ampliamente sus objetivos y la evolución de la revista tiene un carácter ascendente, desde el ángulo cultural, en tanto se atreve a incorporar a sus páginas temas considerados tabúes, en aquellos años, como el dela educación sexual.
Sólo me resta aplaudir esta nueva entrega de Julio César González, que una vez más hace aportes a las historiografías de Cuba y España, coadyuvando con su quehacer a mantener vivos e indisolubles, los lazos de nuestra “Común Historia”.
Cuba: Independencia con nombre de mujer
En la foto Julio César González Pagés
y Oilda Hevia historiadores del tema
de mujeres en Cuba
Por: Dixie Edith
Miércoles 1 de septiembre de 2010,
La Habana, agosto (Especial de SEMlac).- Aunque la historia conocida revele apenas unos pocos nombres, muchas cubanas del siglo XIX se sumaron a las gestas independistas contra el dominio español, a contrapelo de la fuerte y arraigada tradición que las obligaban a vivir puertas adentro de sus casas."Queda por hacer una lectura de género de las guerras de independencia para aquilatar el verdadero papel de las mujeres", sostuvo en entrevista con SEMlac el doctor Julio César González Pagés, historiador que ha dedicado muchas de sus investigaciones a rescatar la memoria de las mujeres de la isla.
"A la hora de hacer un estudio de este período, sobre todo a escala local, es importante visualizar personas, poner nombres. Pero también hay que hacer un análisis más global porque, a veces, cuando resaltamos individualidades, quitamos el mérito al colectivo y creo que las luchas por la independencia de Cuba tuvieron una participación de mujeres que no fue excepcional, sino mayoritaria", agregó el también coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
La llamada Guerra de los Diez Años, primera contra la colonia española que recoge la historia cubana, comenzó el 10 de octubre de 1868 con el levantamiento en armas de Carlos Manuel de Céspedes, un hacendado y patriota de Bayamo, ciudad ubicada a unos 750 kilómetros de la capital, quien también liberó a sus esclavos.
Treinta años duraron las conflagraciones contra España, interrumpidas por breves períodos de incierta paz.
La historiografía cubana las divide en tres: esa primera, que terminó en 1878; una intermedia, muy pequeña, nombrada la Guerra Chiquita, y la final, iniciada el 24 de febrero de 1895, a la que José Martí, el Héroe Nacional cubano, denominó la "guerra necesaria" y culminó con la intervención estadounidense en 1898.
Pero las investigaciones coinciden en que ya antes de octubre de 1868 muchas cubanas habían tomado partido a favor de la libertad y se habían sumado a la conspiración contra España. En ciudades como Matanzas y Puerto Príncipe, del centro y oriente, respectivamente, por sólo citar dos ejemplos, ocurrieron acciones femeninas previas al levantamiento en armas. En la Sociedad Filarmónica de Matanzas, en fecha tan temprana como 1849, un grupo de mujeres no participó del baile en una de sus reuniones, como protesta ante la presencia de oficiales españoles.
De igual forma, en Puerto Príncipe, en agosto de 1851, otras se cortaron el cabello ante el fusilamiento de algunos hombres de la ciudad, entre los cuales estaba el patriota José de Agüero y Agüero, todos acusados de infidentes a la Corona española. En esa época, las mujeres que se cortaban el pelo eran tomadas por prostitutas."Es evidente un compromiso previo a la contienda y, aunque el acto militar de la guerra es masculino, ésta no es sólo el combate, también es el aseguramiento, la retaguardia, los hospitales de campaña", reflexionó González Pagés.
La escritora cubana Mirta Aguirre calificó las luchas independentistas cubanas de "guerras familiares", por la participación en ellas de matrimonios que llevaron consigo a sus hijos, según refiere el texto Influencias de la mujer en Iberoamérica, editado en 1948.Entre los pocos nombres de mujeres que han vencido el olvido de los libros de Historia pueden citarse el de Mariana Grajales, la madre de los hermanos Maceo; María Cabrales, Amalia Simoni y Bernarda Toro, que acompañaron a sus esposos, generales del Ejército Libertador, en los campos de batalla.
También está el de Rosa, La Bayamesa, esclava negra que alcanzó los grados de Capitana; Carmita Cancio, La Negra, colaboradora de Carlos Manuel de Céspedes, que transportaba armas, alimentos y mensajes; Adela Ascuy, también Capitana, pero de Sanidad Militar, quien participó en más de 40 combates; Isabel Rubio, cuya casa fuera el mayor centro conspirador de la occidental provincia de Pinar del Río; y Emilia Casanova, fundadora de clubes patrióticos en la emigración, quien atesoraba cartas escritas por Giuseppe Garibaldi en las que éste apoyaba la gesta de Cuba.
Sin embargo, la también historiadora cubana Raquel Vinat de la Mata, coincide con González Pagés."Evocar en breves líneas el valor desplegado por las cubanas durante las contiendas independentistas del siglo XIX representa, más que un difícil ejercicio de selección, una tarea involuntariamente injusta, pues toda síntesis implica omisiones y, si somos fieles a la razón, muchas son las antepasadas que merecen ser reconocidas como paradigmas de la dignidad patriótica nacional".
Investigadora titular del Instituto de Historia de Cuba, Vinat también ha abogado por una mirada más profunda a esta etapa de la épica patria."No es reiterativo recordar la arbitraria tendencia a identificar la labor femenina cubana con la obra de un exiguo grupo de heroínas. Esto se explica porque algunos investigadores, por desconocimiento o arraigada cosmovisión androcentrista, aquilatan a estas mujeres no sólo por ser las más descollantes, sino más bien por ser una suerte de excepcionalidades", sostuvo en entrevista con la quincenal revista Bohemia, publicada en 2004.
Un hecho queda claro del estudio de la historia. Las guerras independentistas, sobre todo la de los Diez Años (1868-1878), cambiaron la imagen que se tenía de la mujer cubana, tanto por parte de los independentistas, como de los colonialistas españoles.
"Las cubanas son las que han hecho la insurrección en Cuba", expresó el historiador español del siglo XIX Antonio Pírala, un hombre que siempre defendió el colonialismo en la nación caribeña."Cuando una persona tan conservadora como Pírala dice algo así, es señal de la admiración que estas mujeres despertaron en él", afirma González Pagés.
En la guerra y para la paz
"Si tuviera que elegir una heroína, sería, en primer lugar, Ana Betancourt de Mora, porque simboliza el sueño de las mujeres que también abogaron por sus derechos y no sólo vieron en el acto de la independencia un asunto de la patria, de la nación", confesó a SEMlac González Pagés.
Ana Betancourt nació en la oriental ciudad de Camagüey, el 2 de febrero de 1832, en una familia acaudalada. Recibió una educación pragmática, como correspondía a las mujeres de la época, que incluyó bordados, tejidos, cocina y atenciones hogareñas. Y se casó con el joven Ignacio Mora el 17 de agosto de 1854.Mora era un hombre adelantado a su tiempo y no quiso destinarle a su esposa sólo las labores hogareñas y las atenciones matrimoniales. La estimuló a estudiar idiomas, literatura y otras materias, hasta que los sorprendió el fervor independentista y la pareja se sumó sin titubeos a las luchas contra el colonialismo español.
Mora se unió a las tropas del patriota Ignacio Agramante, pocos días después del alzamiento de Céspedes. Ana los despidió y alentó: "Por ti y por mí, lucha por la libertad". Pocos meses después, el 14 de abril de 1869, en Guáimaro, Camagüey, se efectuó la Asamblea Constituyente de la República en Armas, donde nació la primera Constitución de Cuba libre. Allí, Ana Betancourt anticipó demandas que las cubanas asumirían, en conjunto, varios años después."Ciudadanos: aquí todo era esclavo; la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer", dijo a los reunidos en Guáimaro.
Otras dos mujeres de la gesta han acaparado especialmente la atención de González Pagés."Una es Magdalena Peñaredonda, pinareña (la provincia más occidental de la isla). Llegó a ser Capitana del Ejército Libertador y luego se incorporó al movimiento feminista, sufragista. Fue una de las periodistas más agudas de los primeros años de la República. Durante la guerra del 95 la llamaban "la delegada de Vueltabajo". Para que una mujer haya sido legitimada de esa manera en aquella época, debe haber sido una mujer muy grande", aseguró.
La otra fue Edelmira Guerra, una cienfueguera que abogó por el derecho al divorcio y fundó un club independentista, el "Esperanza del Valle", en junio de 1896, en la zona central de Cuba. También fue mambisa y realizó labores de espionaje para las tropas libertadoras."Esta mujer no estuvo preocupada sólo por apoyar la guerra, sino también por lo que llamamos ahora cuestionamientos de género", reflexionó el historiador. Clubes como el de Edelmira nacieron en Cuba y en el exilio y resultaron vitales para el sostén económico de la guerra. Se estima que entre 1892 y 1898 existieron alrededor de 85 clubes en la emigración, más unos 20 en la isla.
Según González Pagés, entre abril de 1893 y marzo de 1895 estas agrupaciones lograron recaudar importantes fondos para la guerra.Pese a sus valiosos aportes, las investigaciones señalan que, como suele suceder en los conflictos bélicos, las mujeres fueron las grandes perdedoras de la campaña independentista.
"Fue una guerra devastadora, que duró 30 años, y cuando se instauró la república, a las cubanas no se les dio ni el voto. Muchas se quedaron viudas y sin hijos, a veces en terceros países, sin poder volver porque habían dado todo su dinero para la guerra", relató González Pagés.
Ana Betancourt de Mora fue una de esas mujeres. Lo único que pidió entonces fue un pasaje para venir a morir a Cuba Y no se lo pagaron. Ella falleció en Madrid, en 1906, y no fue hasta 1968 que sus restos fueron traídos a Cuba."Son historias que constan en documentos, en cartas, en la prensa de la época.
Una vez el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals me dijo que, cuando se estudiaran con detenimiento y acuciosidad, la historia de Cuba, sobre todo la relativa a las mujeres, iba a cambiar", aseveró el investigador.
Diario Rotativo de Querétaro